W.H. ROBERTS

W.H. ROBERTS

UN CAPITÁN VALIENTE

¿Qué tipos de acciones convierten a un ser humano en un héroe? Si hacemos mención a las condiciones exigidas por las condecoraciones militares de mayor prestigio, como la Cruz Laureada de San Fernando española, la Victoria Cross británica o la Medal of Honor de Estados Unidos, quien las recibe debe haber demostrado, como se señala en el caso de la última de las mencionadas “Conspicuous gallantry and intrepidity at the risk of life above and beyond the call of duty”.De forma muy similar, en el caso de la Cruz de San Fernando, se exige “Que la acción, hecho o servicio llevado a cabo suponga una superación excepcional del deber, al implicar sacrificios y riesgos significativos, incluso la pérdida de la propia vida”.

No sé si estas definiciones son o no aplicables al personaje que hoy presentamos: el capitán de la Marina Mercante británica W.H.Roberts. Sea como fuere, se trató de un hombre fuera de lo común que honra nuestra profesión.

El capitán Roberts era un galés de entre cincuenta y sesenta años, que mandaba el vapor Seven Seas Spray en 1937, un barco de 2465 grt. construido en 1919 y que, en aquellos momentos era propiedad de la naviera Veronica Steamship Company. Esta empresa era propiedad del armador hispano-británico Thomas Blázquez McEwen, nacido en Edimburgo de padre murciano.

Un diario de Valencia que le entrevistó en mayo de ese año nos da una imagen física de Roberts, con un estilo muy de la época, que también se corresponde con alguna fotografía que hemos visto del personaje: “Un metro setenta de estatura. Silueta mimbreña, de músculo y nervio. Rubia cabeza erguida, bosque de cejas de donde asoman dos ojos grises que son un tratado completo de socarronería. Rostro de bronce, curtido por el sol y los aires de todos los mares. Manos de hierro. Corazón de mozo que se fundió en mil aventuras maravillosas a través de casi medio siglo de navegar.” ¡No está mal!

Este lobo de mar se convirtió en fugazmente famoso por haberse atrevido a burlar el bloqueo franquista del puerto de Bilbao el 19 de abril anterior. Pero vayamos por partes.

El Seven Seas Spray había cargado en Alicante unas 4000 toneladas de víveres destinados a la capital vasca. Después del impasse en que se había llegado en la embestida de las fuerzas sublevadas contra la República en el frente de Madrid, Franco centró su interés en el frente del Norte, donde el territorio republicano (Vizcaya, Cantabria y Asturias) estaba completamente rodeado por el enemigo. El objetivo fundamental era Bilbao y su zona industrial, vital para ambos bandos enfrentados.

La ciudad, en aquellos momentos, estaba llena de refugiados procedentes de Guipúzcoa y Álava y tenía gravísimos problemas de suministros. De hecho, ya se empezaba a pasar una extrema penuria alimentaria. Franco lo sabía y estaba dispuesto a rendir la plaza por hambre, un método ya clásico. Su flota había organizado un bloqueo naval, sobre todo a cargo del crucero Almirante Cervera y se había anunciado que los accesos marítimos a Bilbao estaban minados.

Por su parte, la Royal Navy británica había establecido un simulacro de protección de la navegación mercante de su bandera, que sólo llegaba al límite territorial de las tres millas de la costa, quedando éstas últimas desprotegidas. Tácita o expresamente, el Imperio Británico era fiel a la norma proclamada cien años antes por el primer ministro Lord Palmerston: “Inglaterra no tiene amigos ni enemigos, sólo tiene intereses”. En plena carrera de rearme con Alemania, al gobierno británico le interesaba que la guerra en el País Vasco terminara lo antes posible, ganase quien la ganara, y que los embarques del precioso mineral de hierro vasco en Inglaterra se pudieran reanudar con normalidad.

Por tanto, fiel a esta política de su gobierno, el Seven Seas Spray, como otros tres o cuatro mercantes, fue interceptado por un destructor británico que les aseguró que los accesos a la abra de Bilbao estaban minados y los ordenó recalar en San Juan de Luz, en territorio francés.

Al cabo de un par de días en ese refugio, W.H.Roberts tomó una decisión, que no era fácil para un hombre viudo que llevaba a bordo a su única hija Florence (“Fify”) de veinticuatro años. Por la prensa y la radio francesa, sabía la situación de necesidad de la población de Bilbao y decidió forzar el bloqueo. Un periodista sudafricano se unió al intento y Roberts dijo a ese hombre, George Steer que “Un buen marino nunca mira atrás”. Y, efectivamente, el 19 de abril enfilaba la ría entre las aclamaciones de la multitud reunida en las orillas. Al día siguiente o dos días después, los otros mercantes británicos parados en San Juan de Luz le imitaron: Macgregor, capitán Jones, Stanbrook, capitán Prance y Hamsterley, capitán Still. El minado de las aguas cercanas a Bilbao era un bluff, o, como se dice, una fake new del bando fascista. Las 4000 toneladas de guisantes, judías, vino, sal, harina, aceite y vino del Seven Seas Spray darían un momentáneo respiro a los sitiados vascos y éstos supieron corresponder como sólo ellos saben hacer: ofreciendo una buena comida a Roberts y su hija.

Una semana más tarde se produjo el criminal bombardeo de Gernika por la Legión Cóndor alemana. El periodista Steer fue testigo directo de ello y pudo ayudar a desmontar la falacia franquista de que habían sido los propios vascos en destruir la villa. También la animosa Fifi Roberts se desplazó a Gernika armada con su cámara fotográfica y documentó el hecho con unas fotos que ya entonces se hicieron públicas en Inglaterra y que en 2016 fueron cedidas (supongo que por sus descendientes) al Museo de la Paz de la ciudad mártir vasca.

Roberts, su hija y su barco regresaron al Mediterráneo. En mayo los encontramos en Valencia, donde, como hemos indicado anteriormente, un periodista local realizó una encomiástica entrevista al bravo capitán: “El marino de Cardiff agita en sus manos de hierro una catarata de papeles azules. —este es mi orgullo—exclama, encendida la mirada por el entusiasmo. Razón tiene para ello. Son mil trescientos setenta y dos telegramas, que a las dos horas de atracar en el puerto de Bilbao comenzó a recibir, con calurosas felicitaciones de todos los rincones de Inglaterra y sus colonias. ¡Es la admiración de un pueblo cuya tradicional historia marina ha defendido con el exacto cumplimiento de su deber, uno de sus marinos!”.

¿Se acaba aquí la aventura del capitán Roberts? ¡No!. En agosto, ocupado ya Bilbao por las fuerzas franquistas, el Seven Seas Spray entra en la bahía de Santoña, formando parte de uno de los episodios más oscuros de la guerra incivil. Nos referimos a la capitulación de los batallones vascos acordada no se sabe exactamente por quién, por parte vasca, y el general italiano Mancini, ¡parece ser que actuando de mediador a distancia el entonces cardenal Pacelli, futuro papa Pío XII!. Un pacto que el gobierno republicano de Valencia tildó de traición. Ese pacto garantizaba la evacuación de los combatientes vascos en varios barcos ingleses, entre ellos el Seven Seas Spray, bajo la protección del destructor HMS Keith. Sin embargo, este pacto fue desautorizado en seco por el general Franco, con el posterior resultado imaginable de numerosos fusilamientos de políticos y mandos militares (incluido un grupo de capellanes castrenses) y largas penas de cárcel para los gudaris cautivos. Como Mussolini no tardaría a constatar algo escandalizado, la prioridad del caudillo español no era un final victorioso y rápido de la guerra sino la aniquilación física y metódica de todos sus adversarios ideológicos. Sólo un barco con 533 heridos fue autorizado a zarpar de Santoña. Según una web oficial británica, el capitán Roberts, el resto de oficiales y su hija fueron confinados en sus cabinas, mientras que el resto de los 28 tripulantes estaban encerrados en la bodega, consta que, al menos, hasta mediados de octubre antes de ser autorizados a zarpar en lastre.

En 1939 el Seven Seas Spray cambió de propietario y de nombre, pasando a ser conocido como S.S.Jeanne. Cargado de carbón, fue torpedeado y hundido por un submarino alemán el 2 de diciembre de 1940, en ruta de Cardiff a Lisboa, con la pérdida de 7 de sus 26 tripulantes.

Quiero pensar que el valiente capitán Roberts no era una de las víctimas. 

                                                                                                       Capitán JOAN CORTADA