SEGUNDONES DE LUJO

SEGUNDONES DE LUJO

SEGUNDONES DE LUJO (4) :

JOSÉ DE BUSTAMANTE Y GUERRA

Todos, o por lo menos todos los marinos, conocemos con mayor o menor detalle la más importante gesta marítimo-científica de la historia naval española: la “Expedición Malaspina”, como se la llama actualmente, pero que en los ambientes especializados siempre fue denominada como “Expedición Malaspina-Bustamante”.

Hace 233 años, en 1788, dos oficiales de la Armada propusieron al gobierno español del rey Carlos III la realización de una expedición científica que recorriese las posesiones españolas en el Atlántico Sur y el Pacífico, así como otros territorios no pertenecientes a la Corona pero situados en dichos océanos. Se trataba de dos capitanes de fragata estacionados en Cádiz: el italiano al servicio de España Alessandro Malaspina Melilupi y el cántabro José de Bustamante y Guerra. Ambos habían participado en diversas acciones navales contra los berberiscos y los británicos, así como en expediciones a las islas Filipinas y América.

Carlos III, un rey ilustrado, vio con buenos ojos la propuesta de aquel viaje, que debería reafirmar los derechos de España sobre un espacio marítimo, el océano Pacífico, que desde los tiempos de Magallanes y Elcano la monarquía hispánica había considerado como un dominio propio. Sin embargo, las recientes exploraciones del británico James Cook y del francés Jean François de La Pérouse habían puesto en entredicho tal hipotético señorío exclusivo y resultaba oportuno activar la presencia española en aquellas aguas.

El monarca autorizó y financió la expedición, aunque no viviese para verla zarpar de Cádiz, a fines de julio de 1789, para un largo periplo de cinco años y dos meses. Durante todo aquel tiempo, las dos corbetas Descubierta y Atrevida, bajo el mando respectivo de Malaspina y Bustamante cumplieron las órdenes recibidas de “incrementar el conocimiento sobre ciencias naturales (botánica, zoología, geología), realizar observaciones astronómicas y construir cartas hidrográficas para las regiones más remotas de América”. Para ello, llevaban a bordo al mejor plantel posible de científicos españoles del momento (astrónomos, hidrógrafos, naturalistas de todo tipo, dibujantes etc.).

Tras la obligada escala en las islas Canarias, se dirigieron a Montevideo, explorando a continuación la costa de la Patagonia y las islas Malvinas, antes de atravesar el cabo de Hornos y proseguir sus trabajos en la costa sudamericana del Pacífico hasta Acapulco. En dicho puerto mejicano, el virrey les trasmitió el deseo del nuevo rey, Carlos IV, de que tratasen de descubrir el ansiado “paso del Noroeste” (en este caso sería el “paso del Nordeste”) entre el Atlántico y el Pacífico. Los exploradores españoles reconocieron la costa de América del Norte hasta el fiordo del príncipe Guillermo, ya en Alaska, llegando a la conclusión de que dicho paso no existía y regresando a Acapulco en octubre de 1791.

Llevaban ya dos años largos de travesía. De nuevo a instancias del virrey, se decidió explorar el llamado estrecho de Juan de Fuca, cercano al enclave español de la isla de Nutka, próxima a la gran isla que hoy conocemos como Vancouver. Para ello, Malaspina se hizo con los servicios de dos pequeñas embarcaciones, la Sutil y la Mejicana, a cuyo mando puso a dos marinos que alcanzarían más tarde la gloria en Trafalgar: Cayetano Valdés y Dionisio Alcalá-Galiano.

La expedición principal prosiguió su misión inicial poniendo rumbo y realizando trabajos científicos en las islas de Hawai, Marianas, Filipinas, Molucas, Célebes, Nueva Zelanda y Australia.

El plan inicial era regresar a España por el cabo de Buena Esperanza, dando así la vuelta al mundo, pero el estado de guerra con la naciente República Francesa hizo aconsejable volver a las costas del Perú y Chile, para luego tomar de nuevo la ruta del cabo de Hornos y hacer escala en las Malvinas.

De allí, la Atrevida de Bustamante se separó temporalmente de su compañera para explorar las islas situadas más al sur, como las Georgias del Sur, en una osada navegación entre hielos. Reunidas de nuevo, ambas corbetas regresaron a Cádiz en septiembre de 1794.

Aquella larga expedición produjo una cantidad ingente de preciosa documentación científica de todo tipo… que durmió el sueño de los justos en un rincón de los archivos reales hasta que, ciento diez años más tarde, otro meritorio personaje, el teniente de navío Pedro de Novo Colson, los sacó de nuevo a la luz con su obra “Viaje político-científico alrededor del mundo de las corbetas Descubierta y Atrevida al mando de los capitanes de navío D. Alejandro Malaspina y D. José Bustamante y Guerra desde 1789 a 1794”.

A partir de su regreso a España, las trayectorias de ambos marinos experimentan una suerte distinta. Malaspina se malquistó con el omnipotente ministro Manuel Godoy con la memoria que presentó sobre la expedición, en la criticaba sin tapujos la corrupta administración colonial existente y abogaba por cambios drásticos en un sentido liberal y de participación de los criollos en los asuntos de los dominios españoles. Su situación se hizo aún más dramática cuando se comprometió en uno de los frecuentes complots contra Godoy, urdidos por cortesanos adictos al heredero de la Corona (el futuro Fernando VII) o escandalizados por el “ménage à trois” protagonizado por Carlos IV, la reina María Luisa y el favorito colmado de títulos y honores. Encarcelado en A Coruña con una condena a diez años de prisión, Malaspina fue liberado a instancias de Napoleón en 1802 y regresó a su Italia natal, donde falleció.

Por su parte, José de Bustamante prosiguió su carrera ascendente, con fortuna diversa. Ascendido a brigadier, fue nombrado gobernador de Montevideo en 1797, donde se casó y permaneció hasta 1804, realizando una excelente labor de gobierno durante su mandato. Llamado de regreso a España, tuvo la mala suerte de hacerlo al mando de una flotilla de cuatro fragatas que sufrieron un destino fatal. El episodio de aquella travesía da una clara idea del estado de decadencia de los asuntos públicos españoles durante el triste reinado de Carlos IV.

Bajo el gobierno de Godoy, España había ligado su suerte a la Francia de Napoleón, en la incesante lucha del genial general corso contra la Gran Bretaña y los circunstanciales aliados de ésta en sucesivas coaliciones (Austria, Turquía, Prusia o Rusia) Tras la paz de Amiens de 1802 (que más que una auténtica paz fue sólo una tregua de apenas un año, pero que permitió a España recuperar Menorca) aunque las hostilidades ya se habían reanudado, Godoy había conseguido mantenerse neutral, al menos de momento.

Esa era la situación en otoño de 1804 y, por lo tanto, resulta incomprensible que el convoy anual del tesoro real de América del Sur a España, el oro y la plata peruanos, se efectuase mediante cuatro simples fragatas, disponiendo el país de una magnífica flota de navíos de línea.

Sin embargo, así fue. Izando su insignia en la Medea, acompañada ésta por las Santa Clara, Mercedes y Fama, Bustamante zarpó en agosto de 1804 de Montevideo. Pese al estado de paz reinante en ese momento entre España e Inglaterra, esta división naval fue interceptada por otras tantas fragatas inglesas al mando del comodoro Graham Moore.

Se produjo el combate cerca del cabo de Santa María en la costa portuguesa del Algarve el 4 de octubre de 1804, del que resultó la voladura de una de las fragatas de Bustamante, la Mercedes, con la muerte de sus casi trescientos tripulantes y el apresamiento de las demás, lo que dio origen a la declaración de guerra a Inglaterra por parte de España dos meses después.

La acción, que despertó fuertes críticas en la propia Gran Bretaña, se intentó justificar por su gobierno con la teoría de que España sólo estaba esperando la llegada del oro americano para unirse al bando francés, como había hecho ya con anterioridad al tratado de Amiens. Bustamante, hecho prisionero de guerra y llevado a Inglaterra, permaneció allí hasta julio del siguiente año, en que fue canjeado. Un consejo de guerra posterior le absolvió de toda responsabilidad en el desastre.

La caída de los Borbones en 1808 le sorprendió en Madrid, se negó a prestar juramento al rey José Bonaparte y huyó a Sevilla disfrazado de fraile, poniéndose a disposición de la Junta Central allí constituida. Ascendido a teniente general, fue nombrado Capitán General de Guatemala, donde permanecería durante diez años. Durante su mandato en Guatemala, tuvo que hacer frente al primer levantamiento independentista protagonizado por Miguel de Morelos en el vecino Méjico, actuando con considerable dureza contra los insurgentes que intentaban invadir Guatemala.

Sin embargo, ya restablecido Fernando VII en el trono español, su natural agudeza le llevó a percibir la precariedad de la situación del dominio español en aquellas tierras. Propuso al gobierno de Madrid mejorar la situación y ganar el apoyo de los indios, repartiendo entre los campesinos indígenas pobres los grandes latifundios de los terratenientes criollos, de lealtad dudosa. Naturalmente, no fue escuchado. De regreso a España, formó parte de la Junta de Almirantazgo creada en 1821, hasta su fallecimiento cuatro años más tarde.

En 2010, diversas instituciones españolas quisieron conmemorar la aventura protagonizada por Malaspina y Bustamante, en todo punto equiparable a las del capitán James Cook, Bouganville o La Pérouse. Durante seis meses, varios centenares de científicos, a bordo de los buques oceanográficos Hespérides y Sarmiento de Gamboa realizaron trabajos de estudio sobre la biodiversidad del océano y el cambio global. Lamentable e injustamente, el nombre de José de Bustamante y Guerra “se cayó” del nombre de la nueva expedición, denominada simplemente “Expedición Malaspina 2010-2011”.

Es el sino de los segundones de lujo.

                                                                                                                                              Capt. JOAN CORTADA