SEGUNDONES DE LUJO
SEGUNDONES DE LUJO (2)
Juan Sebastián de Elcano (1487-1526)
Hijo de la humilde familia marinera formada por Domingo Sebastián de Elcano y Catalina de Portu, nació en la villa guipuzcoana de Getaria, siendo el mayor varón de ocho hermanos y hermanas. Su padre probablemente murió joven y en la mar, por lo que el joven Juan Sebastián se las tuvo que apañar para ayudar a su madre a sacar adelante la numerosa familia.
Posiblemente se dedicó a la pesca y al contrabando con Francia. Nunca se casó, pero en su testamento figura un legado a favor de una mujer, María Hernández, de la que en dicho documento declara que “siendo moza virgen, la hube” y que fue la madre de su hijo Domingo de Elcano.
Algo debió de prosperar, cuando sus ahorros le permitieron adquirir una nave de doscientas toneladas que, para su infortunio, puso al servicio de la Corona. Con ella, participó en las campañas norteafricanas del cardenal Cisneros y luego en las del Gran Capitán en el sur de Italia. La historia de esta etapa de la vida de Elcano es la de una de estas pesadillas que parece sólo pueden darse en España. Tras años de navegar y luchar por cuenta (como hemos dicho) de la Corona, la recalcitrante morosidad de ésta en satisfacer sus emolumentos, obligó a Elcano, que no había recibido todavía un solo maravedí de los cofres reales, a contraer deudas con banqueros saboyanos poniendo como garantía su barco.
Al no poder devolver dichos préstamos, se vio obligado a entregarles la embarcación y, al hacerlo, incurrió en un grave delito, ya que la ley vigente en Castilla vetaba la venta de naves armadas a extranjeros. Así, en 1510, nuestro personaje se encontró sin barco, sin dinero… y prófugo de la justicia por un delito del cual fue indultado por Carlos I sólo en 1523, al regreso de la gesta de su viaje de circunnavegación.
El caso fue que, el 1518, se estaba reuniendo en Sevilla la pequeña flota que, con el portugués Fernando de Magallanes al frente como capitán general, se proponía hallar el camino a las Indias Orientales por el sur del continente americano. El proscrito y arruinado Elcano se había visto obligado a abandonar su Getaria natal y había vagado por diversos puertos del Mediterráneo español buscándose la vida, recalando finalmente en la citada capital andaluza.Allí, tuvo la suerte de que alguien le ayudase a burlar la persecución judicial de que era objeto y fue enrolado como maestre de la nao “Concepción”, de la que era capitán Gaspar de Quesada.
Como es bien sabido, la expedición de las cinco naves que emprendieron viaje el 10 de agosto de 1519 pronto se vio gravemente perturbada por la muy mala relación entre los tripulantes españoles, encabezados por una especie de “comisario político” en forma de Inspector General, llamado Juan de Cartagena, que el jefe de la Casa de Contratación sevillana, el todopoderoso arzobispo Fonseca (del cual se dice que Cartagena era hijo natural suyo), había introducido en la flota y el numeroso grupo de marinos portugueses adictos a Magallanes.
Fernando de Magallanes había participado en una expedición portuguesa anterior a Extremo Oriente, por la ruta del cabo de Buena Esperanza, pero posteriormente cayó en desgracia en la corte lisboeta y se trasladó a España, donde consiguió el apoyo de un jovencísimo Carlos I a su proyecto de llegar a las Islas de la Especias navegando hacia el Oeste, o sea sin violar la soberanía que el Tratado de Tordesillas otorgaba a Portugal sobre la ruta oriental establecida por Vasco da Gama.
Las tensiones entre Magallanes y Juan de Cartagena alcanzaron su clímax al llegar la flota a la bahía de San Julián, en la Patagonia. El Inspector General, que ya anteriormente había sido arrestado, consiguió el control de tres buques, “San Antonio”, “Victoria” y “Concepción” para sublevarse contra Magallanes y deponer a éste del mando.
El Capitán General maniobró hábilmente para abortar la sedición y reconquistar los buques amotinados, condenó a Cartagena a ser abandonado a su suerte en tierra y a la pena de muerte a Quesada. Elcano, que como subordinado cualificado de este último podía considerarse como partícipe de la sublevación, tuvo la fortuna de ver perdonada su vida tras permanecer encadenado durante algún tiempo y obligado a efectuar tareas penosas de carenado de los barcos durante la invernada de los mismos en San Julián, la cual se prolongó unos cinco meses.
Una vez perdonado, se le dio el mando de la carabela “Santiago”, la menor de las cinco naves, que naufragó poco después y tuvo que ser abandonada por la tripulación. Tras dicho naufragio y la deserción de la “San Antonio”, que regresó furtivamente a España, sólo tres navíos cruzaron el estrecho que recibiría el nombre del jefe de la expedición y se adentraron en el Pacífico para una travesía que Magallanes presumía corta pero que se prolongó durante tres interminables meses colmados de penurias, hambre extrema y enfermedad, hasta recalar en Guam el 6 de marzo de 1521, un año y medio tras zarpar de Sevilla.
En los meses siguientes se produjo la muerte del Capitán General, en un enfrentamiento con los indígenas de la isla de Mactan (Filipinas), la sucesión en el mando de la flotilla a cargo de Duarte Barbosa, Juan Serrano y, tras la muerte de ambos, Joao Carvalho y luego Martín Méndez.
La nao “Concepción”, mandada por Elcano, estaba en muy mal estado y falta de tripulación, por lo que tuvo que ser abandonada, quedando sólo la capitana “Trinidad” y la “Victoria”, de la cual Elcano asumió el mando.
Finalmente, en noviembre, ambas naos llegaron a las ansiadas Molucas y pudieron ser cargadas con especias, sobre todo clavo y canela. Sin embargo, la “Trinidad” necesitaba de reparaciones indispensables y se acordó que permanecería en la isla de Tidore para luego intentar regresar a Europa por la misma ruta del viaje de ida, mientras que la “Victoria” se aventuraría a desafiar el control portugués sobre el Índico y retornaría a España por el cabo de Buena Esperanza.La nao capitana, al final, caería en manos de los lusitanos.
El reto al cual hizo frente Juan Sebastián Elcano era de proporciones ciclópeas. Debía atravesar medio mundo por aguas para él desconocidas, evitando cuidadosamente las rutas más transitadas y sin hacer escalas, para no ser apresado por los portugueses. Todo ello en un barco en mal estado y con una tripulación escasa, debilitada por tantos y tantos meses en la mar y por el insalubre clima tropical. Tardó casi cinco meses en cruzar el Índico y, con grandes penalidades doblar el cabo de Buena Esperanza, para lo cual tuvo que navegar por latitudes altas en que se sufrió un frío atroz.
Ya en el Atlántico, dos meses más tarde, la falta casi total de provisiones y la muerte por inanición de veinte marineros le obligó a entrar en una de las islas de Cabo Verde y, aunque al principio pudo engañar al gobernador portugués del lugar al indicar que la “Victoria” procedía de América, la venta en tierra, por parte de algún tripulante, de algunos clavos de olor desveló el origen real del barco, lo que desembocó en una precipitada salida a la mar dejando a otros trece marineros atrapados en un puerto hostil.
Dos meses más fueron necesarios para que la nao, con sólo dieciocho exhaustos supervivientes de los doscientos setenta hombres que tres años antes emprendieran aquel viaje de 46.270 millas por todos los océanos del mundo, llegase a Sanlúcar de Barrameda el 6 de septiembre de 1522. Eran cuatro vascos, cuatro andaluces tres griegos, tres italianos (entre ellos Antonio Pigafetta, cronista de la expedición), dos gallegos un cántabro y un alemán, además de tres nativos de las Molucas.
La increíble gesta de aquel viaje de casi ocho meses desde las Islas de las Especias en un más que baqueteado barco, sin apenas agua ni comida, pasando del calor tropical de las Molucas al frio extremo del sur del cabo de Buena Esperanza y de nuevo al calor asfixiante de la costa africana, sufriendo de escorbuto y disentería, es algo que sobrepasa los límites racionales de la resistencia humana. Elcano, con su persistencia indomable y su pericia, demostradas en aquel interminable viaje de retorno, fue todo un ejemplo de competencia náutica y sentido del deber. Logró (contra viento y marea, nunca mejor dicho) llegar al puerto de destino que se le había ordenado y entregar las veintiséis toneladas de mercancía que se le habían confiado, de modo que, a pesar de la pérdida de tres de los otros cuatro barcos que la componían, la expedición todavía arrojó beneficios económicos para sus armadores, la Corona en primer lugar.
El informe escrito que remitió a Carlos I pone de evidencia la falta de dominio del marino de Getaria de la lengua castellana, que habría aprendido de forma autodidacta y más bien precaria. El rey, además de otorgarle un escudo de armas, le concedió una pensión vitalicia de 500 ducados de oro anuales. Unos bien ganados haberes que, tan impagados como los de las antiguas guerras en Orán e Italia y veintisiete años más tarde de la muerte de Juan Sebastián, su anciana madre Catalina de Portu todavía se veía en el penoso trance de tener que reclamar judicialmente a la Corona.
Tras tres años de reposo y sosiego, el marino vasco quiso enrolarse en una nueva expedición de seis navíos a las Islas de las Especias, esta vez bajo el mando de García Jofre de Loaysa con él de lugarteniente, la cual zarpó de A Coruña en julio de 1525 y que tuvo tan malos auspicios y todavía peores resultados que la encabezada por Magallanes.
Se reprodujeron las mismas insubordinaciones, rencillas internas y los mismos males de toda clase. El 6 de agosto del año siguiente, cuando sólo continuaba viaje una de las seis naos y sólo una semana después de la muerte por enfermedad del capitán general Jofre de Loaysa, Elcano fallecía de escorbuto en aguas filipinas y su cuerpo recibía sepultura en el océano.
Tras su muerte, la historia fue injusta con el gran marino de Getaria. A pesar de no haber sobrevivido a la expedición, Magallanes alcanzó mayor reconocimiento y renombre internacional que Elcano. No sólo el estrecho que une el Atlántico con el Pacífico lleva el nombre de aquél (lo cual sería justo, pues fue Magallanes quien lo descubrió) sino que, durante muchos años, el hipotético continente que se creía que existía en los mares del sur recibió el apelativo de “tierra magallánica”, una sonda espacial se ha bautizado como “Magellan” e incluso ese mismo nombre se ha otorgado a un dispositivo de GPS.
Sin la menor duda, Portugal ha sabido “vender” mejor por todo el mundo la figura de su hijo pródigo que no lo ha hecho España con su fiel y sufrido súbdito. Algo, por lo demás, que debería causarnos cualquier sentimiento menos el de extrañeza.
Capt. JOAN CORTADA