LOS BARCOS DEL CAPITÁN HADDOCK
¡Lechugino! ¡Bachi-buzuk! ¡Giróscopo! ¡Zuavo! ¡Residuo de ectoplasma! ¡Zopenco! ¡Ganapán! ¡Cirano de cuatro patas!... ¡Mrkrpxzkrmtfrz! Estoy seguro que a estas horas todos los amables lectores han identificado al párrafo anterior como los coloridos e infatigables exabruptos del capitán Archibald Haddock, fiel amigo del famoso reportero Tintín. Haddock será un borrachín malhumorado con el equilibrio de un sonajero de nitroglicerina, pero es un buen amigo, y un tipo fiel. Y un buen marino. En El Tesoro de Rackham el Rojo toma la posición a base de sextante, en El Templo del Sol reconoce sin dudar la señal por banderas de cuarentena, y en La Estrella Misteriosa corre una tempestad en el puente como quién pasea por su casa. Se pueden achacar muchas cosas a Hergé, pero la falta de documentación no es una de ellas.
Como todo arte, el comic ha evolucionado desde los tiempos del dibujante belga. Cuesta encontrar su huella en el Sandman de Gaiman, o el Maus de Spiegelman. Hoy en día algunos incluso lo consideran algo pasado de moda. En el guión se le acusa de simplificar en exceso la situación histórica, de falta de compromiso. Chinos, negros, indios, moros o hispanos no se libran de ser vistos como razas más tontitas que la blanca. Que ninguno se rasgue las vestiduras, por favor, que estamos en plena ola de frio. En aquellos tiempos el “mito del hombre blanco” era norma aceptada. Recordemos las novelas de Tarzán, o 55 días en Pekín. Y no olvidemos que estos comics nacieron en el suplemento infantil de un diario, sin más pretensiones. Ver el pasado con los ojos del presente es genial para echarse una risas, pero desde luego no para entender a nuestros abuelos. Con el tiempo, y en particular en la postguerra (cuando le metieron una cofa por digamos mostrar poco entusiasmo resistente durante la ocupación nazi) los comics van siendo más políticamente correctos, pero hasta el final se seguirán basando en poner en solfa para los niños la historia que sufren sus mayores.
¿Y el dibujo? En la forma, la línea clara resulta engañosamente sencilla y, desde los tiempos de Moebius o la revista Cairo, poco se ve ante el barroco de moda actual. Hoy el comic es oscuro, amenazador. Tan pos-post-apocalíptico que alguno se queda en pre-génesis. Hergé se mantendrá fiel a las dos dimensiones y al color bien delineado.
¿Sencillo, hemos dicho? Engañosamente. Hergé es un perfeccionista al que no basta la imaginación y una mala enciclopedia como al (maestro) Salgari. Basa sus ideas en la prensa… y sus imágenes en fotografías que (tiene su mérito) colecciona en un mundo sin internet. ¿Le sorprende pensar que los barcos de papel en los que el buen capitán y el reportero navegan? ¿Surcaron de verdad los mares?
Veamos algunos ejemplos. Dejo al lector la tarea de buscar los nombres en internet, y sorprenderse al ver la foto del oculto amor por el detalle. ¡Por mil millones de Bachi-buzuks!
Libro |
Barco en la ficción |
Barco en la realidad |
El cangrejo de las pinzas de oro |
Karaboudjan |
Glengarry |
El tesoro de Rackham el Rojo |
Sirius |
John 0.88 |
Stock de Coque |
Ramona |
Reine Astrid |
Los Cigarros del Faraón |
Falucca egipcia |
¡Tenemos una en el Museu Maritim! |
Stock de Coque |
Crucero USS Los Angeles |
As himself!! |
Stock de Coque |
Submarino pirata |
U-boot tipo VII |
El secreto de la Isla Negra |
Bote |
El motor es un FB british Seagull |
No solo los barcos: también la vida a bordo. Tintín se enrola de telegrafista en el mercante SPEDOOL STAR (Tintín en el país del oro negro) y vemos una chicharra en todo su esplendor. Por cierto,aquí Hergé no copia de una foto: envía a Bob de Moor, su ayudante, a hacer un boceto de un petrolero de 1939 al puerto de Amberes. No contentos con dibujar desde el muelle se embarcarán ambos en un mercante para preparar Stock de Coque. Lo dicho: eso es documentarse.
No hablamos de coches, ni aviones… que esto es NAUCHERglobal. Pero el dibujante belga es tan preciso dibujando un dos caballos como metiendo a Aguste Piccard a hacer un cameo. Si peina usted canas, puede ser un buen momento para revisar aquellos comics de su juventud y disfrutar con el detalle. Y si no… ¡ya tarda usted en disfrutarlos!
Y van a perdonar una digresión de quién escribe, que recuerda el segundo libro de su biblioteca (el primero fue El urbano Ramón dirige la circulación, pero hoy no hablaremos de él): Tintín en el Tibet. Te enseña que, por encima de todo, nunca hay que perder la fe en los amigos. Tantos años después, intento no olvidarlo. ¡Ectoplasma! ¡Bulldozer a reacción!