HEMOS DE VOLVER AL MAR

HEMOS DE VOLVER AL MAR

De Antonio López a Colon.

De la plaza de Antonio López al Portal de la Pau hay 800 mts en línea recta y mal contados. De la vida del primero a la del segundo cuatro siglos. Podríamos decir que cada 100 mts que andemos hacia Colón retrocederemos 50 años en la historia.

En la plaza, en una desarmonía a la que nos vamos acostumbrando, se alza un pedestal grande, sobrio y, aunque suficientemente decorado, sin nadie a quien ensalzar. El abuelo que regularmente toma el sol en los bancos de la plaza dice que la estatua se fue a por tabaco y no ha vuelto todavía “es normal”, añade guiñando un ojo, “fumaba tabaco de Filipinas”. Pero nosotros sabemos que no se fue, que más bien “le fueron”.

Personalmente, no creo que una ciudad tenga que homenajear en sus plazas a grandes empresarios, me cuesta imaginar que una estatua pagada con dinero público estuviera dedicada a Joan March o a Josep Lluís Núñez o, ya puestos, a Jesús Gil. Son personas que han influido mucho en su entorno social, pero ya recibieron en vida suficiente reconocimiento tanto económico como personal.Otra cosa muy diferente es querer borrarlos de la memoria escrita, y eso sí que no. De hecho, lo más positivo de la decisión de retirar la estatua de Antonio López y López ha sido el redescubrimiento de su persona con sus logros (muchos), sus derrotas (poquísimas) y su protagonismo en un período tan crítico de la historia de estas tierras.

A Colón y a Antonio López les une de forma positiva el océano Atlántico y de forma no-positiva la voluntad de algunos grupos ciudadanos de apearlos de los respectivos pedestales urbanos. En sentido contrario, les separa el resultado de sus “carreras”. López y López, primer marqués de Comillas, fue un triunfador, su éxito económico lo encumbró a lo más alto de la escala social y el tirón fue tan fuerte que garantizó esa privilegiada posición también a sus descendientes. En cambio, Cristóbal Colón no. En cierto modo fue eso que los ingleses llaman un looser (pocas veces en sólo seis letras ha concentrado tanta dinamita moral). Su ascensor social se atrancaba en cada planta y nunca consiguió llegar al soleado ático que ansiaba para él y los suyos. Fue famoso, pero no rico. Y lo de famoso también hay que mirarlo, porque aquel “nuevo mundo” al que viajó cuatro veces, no lleva su nombre, y su figura solo tiene reconocimiento en uno de los 35 países que lo conforman; Colombia. Y el de una provincia de Canadá.

Colón fue el equivocado útil, quería llegar a Catay por un atajo alejado de los “radares “ portugueses y tropezó con “algo”. Ese tropiezo salvó la vida de los expedicionarios pero no atenuó ni un ápice la visión del almirante, que se mantuvo en ese estadio en el que la tenacidad cambia de nombre para llamarse tozudez. Dicen que posiblemente era genovés, de hecho judío-genovés, pero psicológicamente, estoy seguro que era de Huesca –como mi madre, chufla, chufla que como no te apartes tú-).Nos dicen los historiadores (también los británicos que son los mejores en temas españoles) que nunca quiso reconocer que de La Española a Cipango había todo un océano.

La ceguera geográfica de Cristóbal Colón no es una apreciación de ahora mismo. Ya en el siglo pasado, cuando se elevó el monumento que hoy vemos, sus realizadores, irónicos pero cariñosos, lo situaron señalando hacia el lado contrario de donde está América. Para muchos es el monumento al mega-despistado. Para otros no, para estos últimos está muy claro que se llega antes a China por donde señala nuestra estatua. 

Los que consideran que Antonio López y López no es un ejemplo ensalzable para los barceloneses del futuro lo hacen por el constante apoyo económico y político que dio al sistema de la esclavitud, apoyo documentalmente evidenciado por su papel protagonista en los Círculos Hispanos Ultramarinos, el lobby económico nacional que obstaculizó exitosamente durante años la abolición de esa vergonzosa institución. Los Círculos consiguieron que este país fuera la penúltima nación europea en hacerlo. (Portugal lo hizo dos años después) Hoy en día, nadie censura, por ejemplo, la no oposición a la esclavitud de Julio César o incluso que se sirviera de ella, pero lo que sí que es reprochable es que en el último tercio del siglo XIX, con la mayoría de las naciones europeas firmemente posicionadas en contra, algunos prohombres patrios se conjuraran para mantenerla por las exclusivas razones de sus patrimonios. Es decir que el atenuante balsámico de ser un “hijo de su tiempo” no es aplicable en este caso porque, si se considera el momento histórico, estamos claramente ante otro tipo de filiación. De todas formas, acabar con la esclavitud no fue un éxito exclusivo de los bien intencionados abolicionistas (nacionales, europeos y americanos unidos en la causa) los avances técnicos de las máquinas de vapor también produjeron una muy calculada y masiva deserción de muchos empresarios que, con intereses en Cuba y Puerto Rico, dejaron de apoyar a los Círculos.

Colón no era antiesclavista ni antisupremacista del mismo modo que los businessman de hoy no son anti-autónomos ni anti-becarios; era un hombre de su tiempo y, si se quiere apearlo de su pedestal por esas causas y, además ser consecuente, habrá que seguir luego y por el mismo motivo con Jaume I, Fernando el Católico o Rafael de Casanovas, porque estos personajes, referentes históricos nuestros, serían desde la perspectiva de hoy, políticamente muy incorrectos.

Dos detalles y una reflexión.

- Al pie de la columna de Colón esta la estatua de Jaume Ferrer, nuestro último gran cartógrafo, el que marcó el meridiano de influencias respectivas entre España y Portugal en el gran acuerdo de Tordesillas.

- El Catalá, el barco que inspiró la habanera “El meu Avi”, se llamaba realmente “Montserrat” y pertenecía a Trasatlántica, la naviera que fundó Antonio López que, no lo olvidemos, tenía su sede central en Barcelona.

¿Cuándo veremos a ver en Barcelona la sede de una gran naviera?

Hemos de volver al mar.

                                                                                                                                         Víctor Rubio