EL SELLO

EL SELLO

El Sello, San Valentín y el whisky.

Para muchas personas, como los entusiastas responsables comerciales del Corte Inglés, sin ir más lejos, San Valentín es el día en que los enamorados han de dar, inexcusablemente, pruebas materiales de su amor en forma de regalos.

Para otras, sobre todo en Catalunya, el día de materializar el sentimiento amoroso, esta vez felizmente centrado en una rosa y un libro, no es San Valentín, es Sant Jordi.

Pero mi amiga Montse me hizo notar que, para un selecto grupo, San Valentín es el día de “la ley seca”, ¡sorprendente pero muy real!

Efectivamente, el 14 de febrero de 1929, la banda del sur de Chicago dirigida por Alfonso Capone (gestionada diríamos ahora) destrozó a la banda del norte (la de los irlandeses) ejecutando a siete de sus miembros en la parte trasera de un garaje.

La ley seca, la prohibición de fabricar y comercializar bebidas con más de 0,5% de alcohol, se estableció en los EE. UU. en 1919 y estuvo en vigor durante 14 años, periodo en que las mafias se desarrollaron tanto que se convirtieron en un superpoder, un estado dentro del estado. Las impulsaron jóvenes con mucha “iniciativa”. Al Capone acababa de cumplir treinta años el día de la masacre y su rival Bugs Moran tenía treinta y cuatro.

La imagen del gánster americano, con sombrero calado, americana con las solapas levantadas y la metralleta Thompson (la del tambor) destrozando un automóvil ocupado por sus víctimas, forma parte imborrable del imaginario de varias generaciones. Todo en blanco y negro y con una botella de whisky como trasfondo permanente.

A los que salíamos de las entonces EON, ahora facultades de naútica, para iniciar las prácticas embarcando como agregados nos sorprendía, agradablemente, la institución del sello o entrepot, aquella pequeña cámara que se precintaba al llegar a puerto y que contenía los productos “estancados” a nivel fiscal que, básicamente, se trataba de tabaco y bebidas alcohólicas libres de impuestos, destinadas al consumo de la tripulación y, muy importante, a obsequios de cortesía para las autoridades locales que regularmente accedían a bordo, para cumplimentar los requisitos legales (aduana, sanidad, policía…) que eran pertinentes.

Para un estudiante, que generalmente venía de una economía precaria, el tener acceso al tabaco rubio americano y al whisky, a un precio bajísimo, era un regalo de iniciación social novedosísimo. Porque era toda una novedad cuando en tu camarote, escribiendo la siguiente carta a las personas queridas, alzabas la vista y junto a los tres libros que te acompañaban, te topabas con el cartón de Marlboro, el cartón de Coronas, (recordemos que en aquel tiempo el tabaco no mataba) y, en el extremo del estante sólida, vertical, inquebrantable -como se decía entonces- una botella de whisky escocés.

Notabas que aquel conjunto era toda una declaración visual de que ya habías llegado al mundo de los adultos y te hacía sentir como aquel H.Bogart, en un vacío y oscuro Rick’s Café, externamente solo pero, interiormente, muy acompañado de mil pensamientos y emociones.

He comprado, por primera vez en muchos años, una botella de Chivas, la abriré mañana, San Valentín, día de la ley seca. Gracias Montse.

                                                                                                                                       MERCANTE