DEL CUÑADO A LA SUEGRA GRUÑONA

DEL CUÑADO A LA SUEGRA GRUÑONA

DEL CUÑADO A LA SUEGRA GRUÑONA

No puedo estar más de acuerdo con el breve artículo del compañero Victor Rubio en esta misma Web, bajo el título de “¿El cuñado. Otra institución que toca fondo?”. Con una gran maestría en el uso de la ironía, recurso dialéctico que me resulta particularmente admirable, quizás por estar yo personalmente no muy dotado para el mismo, el autor hace referencia a la curiosa cruzada que desde hace tiempo lleva a cabo otro compañero, Eugenio Ruiz Martínez, desde una plataforma mediática tan importante en nuestro sector marítimo como NAUCHER GLOBAL.

En primer lugar, hay que aclarar por qué tildo de “curiosa cruzada” los numerosos artículos publicados por Ruiz Martínez alrededor de dos figuras protagonistas y contrapuestas: el naviero Antonio López y la alcaldesa de Barcelona Ada Colau. Y, además, la serie no presenta señales de acabar, amenazando con emular la conocida producción televisiva The West Wing y su centenar y medio de episodios.

Resulta muy curioso que, en medio de los enormes retos actuales a los que nuestra sociedad tiene que hacer frente: una devastadora pandemia que está arruinando las economías de medio mundo, con el futuro de muchas de nuestras empresas y de nuestros autónomos al borde del abismo, con una Compañía Transmediterránea (para centrarnos en nuestro sector) con la amenaza inminente de la quiebra o —en el mejor de los casos— de caer en manos extranjeras (Fred Olsen, Grimaldi etc.), con una crisis institucional española rampante a todos niveles, alguien pueda derrochar tantísimo esfuerzo y unas innegables calidades literarias a defender tan enconadamente la memoria de un señor que descansa en paz hace casi un siglo y medio. Un esfuerzo y una defensa que, además de ser notoriamente desmesurados, resultan bastante inútiles.

Está claro, a la vista de todo el que se ha publicado hasta ahora en uno u otro sentido, que tan difícil resulta demostrar la culpabilidad como la inocencia de Antonio López respecto a la acusación de haber hecho fortuna con el tráfico de esclavos en Cuba. Pero es que, además, resulta anacrónico. Mi bisabuela —Mònica Ramos de Sotolongo— era cubana y formaba parte de la aristocracia local de Matanzas. Estoy casi convencido que en su espléndido caserón familiar de aquella ciudad de la isla, había esclavos. Poseer esclavos en la Cuba colonial a mediados del siglo XIX era algo tan normal como, para una persona de hoy de alto nivel económico disponer de jardinero o de chófer. Si ella hubiera sido una persona famosa y hoy alguien la acusara de esclavista, yo no perdería ni un solo minuto en crear una polémica. En estas cuestiones hace falta, en primer lugar, tener muy claro el escenario histórico. El de Cuba, en aquella época, no era muy diferente a la de los estados del Sur de los Estados Unidos. Unos estados que fueron a una feroz guerra civil argumentando que la liberación de los esclavos, defendida por los estados del Norte, arruinaría las bases de su economía. La supresión de la esclavitud en Cuba se planteó durante el efímero reinado de Amadeo I. Inmediatamente, tanto en la isla caribeña como en la España peninsular, surgieron “Sociedades Patrióticas” que profetizaban los mayores desastres si tal emancipación de los negros era puesta en práctica. Los manifiestos de estos grupos de presión fueron firmados por la flor y nata de la sociedad española (la cubana y la catalana incluidas). Incluso se adhirieron relevantes personalidades eclesiásticas como, por ejemplo, el cardenal Casanyes (que tiene una calle en Barcelona) o el obispo Morgades (que la tiene en Vic, Sant Cugat, Manlleu o Vilafranca del Penedès) . El proyecto de ley de emancipación quedó paralizado quince años más. En este contexto, ¿resulta muy definitivo si un hombre como Antonio López, que llegó a Cuba con una mano delante y la otra detrás, se lucró comprando o vendiendo esclavos? Si Eugenio Ruiz pudiera demostrar que el origen de su fortuna, empezada a partir de un pequeño bazar de productos de inferior calidad (un “chino”, diríamos hoy) es inequívocamente determinable, como lo son las de los otros emigrantes de renombre, como Bacardí o Partagàs, la cuestión quedaría resuelta en un santiamén. El problema es que no puede, como tampoco lo pueden hacer los que argumentan en sentido contrario, puesto que el comercio de esclavos, a pesar de ser entonces legal o simplemente tolerado, no era una ocupación bastante “honorable” para que se la hiciera inscribir en las tarjetas de visita. Mi impresión personal, que por supuesto nunca elevaré a dogma de fe, es que hizo fortuna empleando con maestría dos mecanismos que, ayer y hoy, han sido moneda corriente en España. En primer lugar, el “braguetazo”, al casarse con la hija del rico comerciante catalán que le había alquilado su primer local comercial, su primer bazar. La dote de la mujer y el apoyo financiero del suegro le proporcionó el capital necesario para fundar, con otros socios, su primera naviera. De aquí, a muy seguro, surge el odio de su cuñado, una simple cuestión de envidias y de intereses familiares contrapuestos. Ya de regreso a España y establecido en Barcelona, el futuro marqués de Comillas utilizó a diestro y siniestro el segundo mecanismo típicamente español para “forrarse” rápidamente: el BOE (entonces, debía de denominarse “Gaceta de Madrid”), desde donde el gobierno español fue extremadamente generoso con él en la concesión de subvenciones, contratos de transporte de tropas y concesiones de líneas marítimas de interés estratégico.

Por lo tanto, ni en el primero ni en el segundo mecanismo, no aparece nada de ilegal ni insólito. A lo sumo, quizás poco transparente en el segundo caso, que a menudo, también hoy como ayer, requiere un uso generoso de “lubricantes”.

Ahora hablemos del monumento. Poner y sacar monumentos de la vía pública ha sido, ahora y siempre, una tarea vistosa y agradecida para los políticos, de cara a su clientela. En su momento, hace casi tres años, cuando la escultura de Marés que representa al marqués de Comillas fue retirada por el Ayuntamiento barcelonés de la señora Colau, la ACCMM se posicionó radical y claramente en contra. Hizo muy bien, según mi criterio, dado que Antonio López creó la naviera más importante que ha tenido nuestro país y, con esta iniciativa, dio trabajo a sucesivas generaciones de profesionales del mar.

Hay más días que longanizas —dicen en mi pueblo— y en ninguna parte está escrito que aquella estatua algún día no vuelva a su lugar. Querría recordar al compañero Ruiz, que tan exasperado parece estar por la situación actual, una reveladora anécdota del primer alcalde franquista de Barcelona, el señor Miquel Mateu Pla. Amigo personal del general Franco y socio principal de la prestigiosa Hispano-Suiza, había pasado la guerra civil en Sevilla fabricando camiones y motores de aviación para el bando “nacional”. Al tomar posesión del cargo de alcalde de Barcelona el 1939, recibió órdenes de destruir los monumentos considerados “separatistas” por las autoridades militares (Casanova, Pau Claris, doctor Robert, etc.) ¿Lo cumplió, él, falangista de carné y “Procurador en Cortes” hasta su muerte el 1972? No, rotundamente no. Se limitó a hacer ocultar los mencionados monumentos, en secreto, en los almacenes municipales. A muy seguro, en su fuero interno era consciente de que aquellas estatuas algún día, cuando la tortilla diese de nuevo la vuelta, volverían a las calles.

Ahora, la polémica que el compañero Eugenio Ruiz alimenta con un afán digno de mejor causa, me parece excesiva y fuera de tono. Me da la sensación de don Quijote luchando contra los molinos de viento. Excesiva, dado que la retirada de una placa conmemorativa de un personaje histórico bastante más relevante, la de Largo Caballero por el actual Ayuntamiento de Madrid, apenas ha dado lugar a controversia pública durante tres o cuatro días. Está claro que, todos tenemos ahora problemas más importantes sobre la mesa. Creo, finalmente que resulta fuera de tono, en virtud del lenguaje empleado, como muy bien señala Victor Rubio en su artículo.

A mí, personalmente, la señora Colau y su equipo de adláteres me merecen la consideración política e intelectual que me merecen, fácilmente descriptible. Pero también me resisto al uso indiscriminado de las descalificaciones personales o, directamente del insulto, en la controversia política. No todos tenemos el elegante ingenio y el talento de Winston Churchill cuando, refiriéndose a su rival político y líder del partido laborista, pronunció una frase que quizás seria también aplicable a la señora Colau y a casi todos los líderes políticos españoles actuales: “Llega un taxi vacío al Parlamento y del vehiculo se apea el señor Clement Atlee

JOAN CORTADA

P.S. ¿Ha reflexionado, por un momento, el compañero Ruiz Martínez, en cómo llegó la señora Colau a revalidar la vara de de alcaldesa? No fuera caso (hablo hipotéticamente) de que lo hubiera conseguido gracias a los votos del candidato (reitero que sigo hablando en hipótesis) que él votó en las últimas elecciones municipales...