CARTÓGRAFOS

CARTÓGRAFOS

CARTÓGRAFOS (2)

En un anterior artículo, dedicado a la escuela cartógrafica medieval mallorquina y catalana, el último personaje citado brevemente era Jaume Ferrer de Blanes que representaría la transición de dicha escuela a otra nueva, radicada principalmente en la Casa de Contratación de Sevilla y la escuela de Sagres portuguesa, tras los grandes descubrimientos geográficos de finales del siglo XV. Sin embargo, Jaume Ferrer de Blanes merece ser tratado con algo más de detenimiento, pues resulta una figura muy interesante.

Nació en Vidreres entre 1445 y 1449, aunque su familía pronto se trasladó a Blanes y, todavía adolescente, se desplazó a Nápoles. Tanto Vidreres como Blanes eran feudos de los vizcondes de Cabrera, los cuales eran asimismo condes de Módica, en la costa sudoriental de Sicilia, pues Bernat IV de Cabrera había ayudado al rey Martín el Humano a recuperar el dominio sobre la isla, que por un tiempo le había sido disputado a la Corona de Aragón.

En aquellos años, la capitalidad “de facto” de dicha Corona radicaba en Nápoles, tras su conquista por Alfonso V el Magnánimo, por lo que Bernat de Cabrera, con feudos tanto en Catalunya como en Sicília, debía pasar buena parte de su tiempo en la corte real napolitana, llevando con él al joven Jaume Ferrer, que pronto ocupó algún cargo en la misma.

Dicha relación del catalán con Nápoles se prolongó durante bastantes años, incluso tras la muerte del rey Alfonso y la accesión al trono partenopeo de su hijo bastardo Ferrante. Ferrer de Blanes debió ser una persona de conocimientos y aptitudes versátiles, ya que destacó tanto como comerciante, marino y cosmógrafo como lapidario (experto en piedras preciosas). En el único libro que escribió, “Les Sentències Catòliques del Diví Poeta Dant””, afirma haber navegado treinta años y visitado los principales puertos y ciudades de Oriente Medio. Un hijo del rey Ferrante era aspirante al trono de Chipre y, en un intento de conseguir realizar su ambición, acabó como prisionero en Egipto, siendo Ferrer de Blanes su enlace entre El Cairo y su familia en Nápoles durante el tiempo que se prolongó el cautiverio del príncipe.

Su prestigio como marino y cosmógrafo se pone sobretodo de relieve en la correspondencia que mantuvo con el rey Fernando el Católico, a instancias de éste, en relación con el Tratado de Tordesillas de 1494. Dicho tratado tenía por objeto establecer la línea divisoria entre las posesiones castellanas y portuguesas que, como es bien sabido, se acordó fuese el meridiano situado a 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde.

¿Por qué 370 leguas?. Sencillamente, porque Cristóbal Colón había estimado que la distancia que había navegado para cruzar el Atlántico en su primer viaje era de alrededor de 750 leguas. La solución diplomática de dividir dicha distancia a partes iguales, permitía a los portugueses poder adentrarse lo suficiente en el Atlántico Sur para aprovechar los vientos favorables en sus viajes de regreso de la costa africana (y luego de las Indias Orientales) hacia Portugal.

Dicha corresponencia entre el monarca aragonés y Ferrer contiene algunos detalles jugosos.

Así, al primer requerimiento real sobre su opinión, Ferrer responde así:

“A los muy altos y muy poderosos reyes de Spanya etcétera, por la gracia de Dios, nuestros muy virtuosos señores. Muy altos y muy poderosos reyes, don Joan de Lanussa, lugartiniente de sus altezas, por dos vezes me ha mostrado unos capítulos, en que sus reales altezas mandan saber la determinatión acerca el compartimiento que sus altezas han fecho con el illustríssimo rey de Portugal en el mar Oceano, partiendo del cabo Verde, por línea occidental, fasta el término de CCCLXX leguas. Y por esto, muy altos y sereníssimos reyes, yo he mirado quanto mi baxo entender ha podido, ahonque tarde y no tan presto como quiziera, por alguna mía indisposición. Y ansí, embío con un hombre mío a sus altezas una forma mundi, en figura extensa, en que podrán ver los dos emisperios, conviene saber, el nuestro Ártico y el oppósito Antàrtico. Y, ansímismo, verán el círcolo equinoccial y los dos trópicos de la declinatión del Sol y las siete climas. Y cada uno destos círcolos, puesto en su proprio lugar según en el tratado De la spera y en el De situ orbis, los doctores mandan y comparten por grados. [ ... ] Y todo el que será travessado de líneas amarillas será el que pertenesce al illustríssimo rey de Portugal, la buelta del polo Antártico. Y esta distancia de mar terminan las dichas CCCLXX leguas, que son 23 grados –como susodicho es– partiendo del cabo Verde, por línea occidental. De Barcelona, a XXVII de enero, MCCCCLXXXXV.”

Fernando agradece la anterior misiva:

“A Jayme Ferrer. Dos cartas vuestras recebimos, y nuestro general thesorero nos comunico vna extensa, que a el fizistes , e todo lo que a nos y a el screuis nos ha muy bien parecido y contentado, y vos tenemos en seruicio vuestra buena aduertencia, de hauer scripto vuestro parecer” y, acto seguido, el rey requiere más precisiones sobre la delimitación de las famosas 370 leguas tras adjuntar a Ferrer el informe de Colón y cartas náuticas levantadas por el almirante tras su primer viaje, a lo que el cosmógrafo responde de forma harto prolija:

“La forma con la qual se puede fallar el término y fin de las CCCLXX leguas, partiendo de las islas del Cabo Verde, por línea occidental, es la siguiente. Primeramente, es de notar que el dicho cabo Verde y sus islas distan del equinoccio XV grados y, ansímismo, es de notar que las dichas CCCLXX leguas, partiendo de las dichas islas, comprenden, por occidente, XVIII grados y cada un grado, en este paralelo, comprende XX leguas y V partes de VIII. Y por esto es menester fazer una línea recta in latitud de polo a polo, solamente en este nuestro emisperio, intercecando el dicho paralello puntualiter en el fin de los dichos XVIII grados. [ ... ] Y el almirante dize en su carta que el cabo Verde dista del equinocio VIIII grados y un quarto, según Tholomeo veo es su cuenta, dando XV leguas y II tercios por grado; pero yo fallo, según los otros doctores, qué distan las dichas islas del equinoccio. El compartimiento de los stadios ahonque sea diverso número del que pone Tholomeo, según lo que ponen los susodichos doctores Strabó, Al-Fragano, Macrobi Theodosi y Eurísthenes, in essencia, todo acude a un fin; porque el Tholomeo pone los stadios más grandes, de manera que los suyos CLXXX mil stadios son, de los dichos doctores, CCLII mil, por la línea equinoccial –como susodicho es.”

La reacción real denota que Fernando ha entendido poco o nada de las indicaciones del cosmógrafo, ya que le ordena que vaya a Madrid, donde en aquel momento se encontraba la corte, para que se lo explique en persona:

“El rey y la reina. Jayme Ferrer, vimos vuestra letra y la escriptura que con ella nos enbiastes, la qual nos paresce que está muy buena. En servicio vos tenemos avérnosla enbiado, pero, porque para entender en ello soys acá menester, por servicio nuestro, que pongáys en obra vuestra venida, de manera que seáys acá para en fin de mayo, primero, en lo qual nos faréys servicio. De Madrid, a XXVIII días de febrero de MCCCCLXXXXV años.”

Está clara, por lo tanto, la alta consideración en que tienen los Reyes Católicos a Ferrer de Blanes, al que reputan como un gran cosmógrafo. Resulta evidente que, en aquellos momentos, nuestro personaje residía en Barcelona, aunque posteriormente también lo hizo en Burgos. En aquellos tiempos, sin embargo, su principal ocupación o negocio era ya el comercio en general y, en especial, de joyas y piedras preciosas; su edad para entonces avanzada, cuarenta y tantos años, le debían aconsejar alejarse de los ajetreos de la vida marinera. En su libro antes citado, da bastantes detalles de su actividad como lapidario, aprovechando con habilidad la diferente cotización de unas y otras gemas en las diferentes cortes europeas. Dos o tres años más tarde, el rey Fernando interviene personalmente para que Ferrer sea indemnizado por el valor de unas mercancías que le habían sido robadas de un almacén de Nápoles durante el saqueo de dicha ciudad por tropas francesas.

Más tarde, en compañía de su esposa Joana Pujades, se retiró a Blanes, villa cercana a su nativa Vidreres y donde la familia había echado raíces ya en su infancia. Allí actuó siempre como mercader y también como “clavari”, o sea administrador económico de los feudos de la vizcondesa titular Anna de Cabrera y su esposo Fadrique Enríquez en tierras catalanas. No debió tener hijos legítimos, ya que su testamento designa como heredero universal de sus bienes —bastante cuantiosos por cierto— a un tal Rafael Antoni Coll, también mercader de Blanes. Jaume Ferrer murió en 1529, a una edad que superaba sin duda los ochenta años.

Años más tarde, en 1545, Rafael Antoni Coll, que por exigencias del citado testamento a su favor había cambiado su apellido a Rafael Ferrer Coll, publicó los escritos de su benefactor en un volumen con el antes indicado título de “Sentencies Católiques del Diví Poeta Dant”, del cual sólo se conservan dos ejemplares originales: uno en la Biblioteca de Catalunya y otro en la Biblioteca de la Universidad de Barcelona. Se trata de un libro misceláneo, que recoge tanto las memorias del autor sobre sus viajes como su epistolario, varios temas de cosmografía, arte de navegar, cartografía y gemología, así como extensos comentarios religiosos y filosóficos basados en buena parte en la Biblia, en la obra del Dante y de algunos Padres de la Iglesia. En 1922 se publicó una corta edición facsímil de la obra, de sólo cien ejemplares.

En el apartado dedicado a la lapidaria o gemología, se encuentran detalles curiosos: Ferrer desmiente categóricamente la afirmación de Plinio de que el diamante sólo puede romperse con sangre de macho cabrío y, por otra parte, afirma del topacio que “Déu ha donat en aquesta pedra la gran virtut que qui la porti no tindrà desig de concupiscència carnal”. Sin duda el topacio no debe ser la gema favorita de cierta ilustre familia real...

                                                                                                                           Capt. JOAN CORTADA