CARTOGRAFOS

CARTOGRAFOS

LA ESCUELA CARTOGRÁFICA MALLORQUINA MEDIEVAL

En 1921, hace justo un siglo, la Biblioteca Nacional de Francia, con motivo del cincuentenario de la “Société de Géographie”, organizó una exposición de los mejores mapas que poseía. Se pudo constatar que algunos de los mapamundis medievales exhibidos, sorprendentemente, contenían una escrupulosa descripción del interior del África Central.

Ello despertó el interés del historiador de la marina francesa, Charles de La Roncière, que concibió el proyecto de reunir, en original o copias, el Corpus de todos los mapas medievales dispersos por el mundo, lo cual pudo realizar gracias al mecenazgo del rey de Egipto Fuad I y a través de sendos desplazamientos a Italia, Estados Unidos, Bélgica… y Catalunya.

En su estudio, publicado en 1924, La Roncière comparó los mapas y atlas conservados en París, Florencia, Módena, Barcelona, Roma, Nápoles y Nueva York y pudo reconstituir el nacimiento, progresos y decadencia de una escuela cartográfica importantísima: la escuela de Mallorca. “A veces camuflados bajo nombres cristianos —escribe La Roncière— estos planisferios eran en realidad obra de judíos de Mallorca, que mantenían alguna relación con sus correligionarios de los oasis saharianos y del Sudán”

Entre dichos preciosos documentos históricos que el erudito francés menciona o reproduce, se encuentran el planisferio de Dulcert o Dolcet (Biblioteca Nacional de París), el planisferio catalán (Biblioteca Estense de Módena), el Atlas catalán de Charles V de Francia (B.N. de París), los planisferios catalanes de la Biblioteca Real de Nápoles o de la Biblioteca Nazionale y del Archivio dello Stato de Florencia, así como el planisferio que se conserva en nuestro Museo Marítimo de Barcelona, obra de Gabriel de Vallseca.

Los orígenes de esta escuela catalano-mallorquina son inciertos, pero sin duda muy remotos. Algunos expertos afirman que el erudito Papa occitano Silvestre II, elevado al pontificado el año 999 y que en su juventud se educó en la corte del conde de Barcelona Borrell II y en el monasterio de Ripoll, recibió la influencias de un cosmógrafo catalán llamado Llobet para su obra “Liber de utilitatibus astrolabii”, como también lo haría el matemático y astrónomo judío barcelonés Abraham Savasorda.

Parece también posible que se produjese una emigración de sabios judíos andaluces, perseguidos por el integrismo islámico de los almohades, hacia Catalunya, Provenza y Mallorca, tras la conquista de las islas por Jaume I.

Resulta interesante resaltar que Ramon Llull, en su “Llibre de les meravelles del món” (1289) describe la nomenclatura de los puntos cardinales y de los vientos, indica que los marinos usan los mapas, el compás, la aguja de marear y la “Estrella del Mar” (Rosa de los Vientos”. También describe el itinerario de las caravanas de camellos en el Sahara y el comercio de la sal procedente de los lagos salados africanos. Teniendo en cuenta la actividad misionera del beato mallorquín en tierras del Maghreb, es quizás posible que adquiriese estos conocimientos de primera mano.

Sin embargo, la primera prueba documental de la existencia de la cartografía mallorquina aparece en 1339, con el portulano de Angelí Dolcet, que además del Mediterráneo, describe las islas Canarias, Mali y el mar Rojo, con descripciones en latín, que se conserva en París. Asimismo en París, se conserva el Atlas Catalán de Charles V de Francia, monarca que lo recibió como regalo de Joan I el Cazador, rey de Aragón. Éste lo encargó a Abraham Cresques y a su hijo Jaffudà (el cual una vez instalado en Barcelona a instancias del rey Martí I “el Humano” cambiaría su nombre por el de Jaume Ribes). El rey les pagó 130 florines de oro por la obra. Este Atlas de los Cresques representa el nivel máximo de los conocimientos geográficos medievales europeos y su descripción de Extremo Oriente y la India no fue superada hasta la llegada allí de los portugueses en los albores del siglo XVI. La riqueza informativa y riqueza decorativa que presentan sus seis pergaminos pegados a sendas tablas articuladas de madera son impresionantes: Diagrama para el cálculo de las mareas y de las fases de la luna, mapa del mundo conocido entre las latitudes 10º y 60º Norte y longitudes 20ºW y 120ºE, rumbos y vientos dominantes, paralelos de acuerdo con una proyección similar a la de Lambert. Los textos descriptivos de tierras y ciudades están ya escritos en catalán.

Otros mapas de los Cresques son los antes mencionados y que se conservan en Nápoles y Florencia. Posteriormente, aparece el nombre de Gabriel de Vallseca, probablemente nacido en Barcelona y huido a Mallorca tras el asalto al Call de 1391, cartógrafo y constructor de brújulas. Se calcula que elaboró unas 2000 cartas o portulanos, de los cuales se conservan sólo acreditadas tres: una en la Biblioteca de París, otra en Florencia y la tercera (y más famosa) el mapamundi del Museo Marítimo de Barcelona, obra de 1439 que, al parecer, perteneció anteriormente a Amérigo Vespucci. Tras muchas vicisitudes, fue adquirida en 1910 por Pere Bosch Oliver, que a su vez la vendió a l’Institut d’Estudis Catalans, que la ha cedido en comodato al Museo Marítimo desde 1960.

Otro nombre importante en el siglo XV es el de Macià de Viladestes, autor de los tres mapas que se encuentran en París y Florencia, uno de ellos procedente de la cartuja de la Vall del Crist de Segorb.

Desgraciadamente, la expulsión de los judíos decretada por los Reyes Católicos en 1492 truncó el desarrollo de esta escuela mallorquina de cartógrafos, que se dispersaron por diversos ámbitos: Génova, Florencia, Messina, Malta, Venecia o Fez. Nos han quedado allí algunos nombres: los Oliva, los Rossell, o el Mestre Jaume que había sido llamado por Enrique el Navegante de Portugal para instruir a sus pilotos.

El último estertor de esta escuela radica en Jaume Ferrer de Blanes, nacido en Vidreres. Se discute si fue o no llamado por los Reyes Católicos para aconsejar a Cristóbal Colon antes de su primer viaje hacia Occidente, en relación a la derrota a seguir. Lo que sí resulta acreditado es que, ya en 1494, el rey Fernando requirió sus servicios para ayudar delimitar el famoso meridiano (a 370 leguas de las islas de Cabo Verde) que había de delimitar los territorios adjudicados respectivamente a España y Portugal por el Tratado de Tordesillas.

A partir de la epopeya colombina, la escuela de pilotos de la Casa de Contratación de Sevilla tomaría el relevo a la cartografía mallorquina y catalana en la elaboración de los mapas a utilizar por los navegantes, documentos que serían durante mucho tiempo considerados secretos de Estado.

                                                                                                                  Capt. JOAN CORTADA