CAPITANES NUESTROS

CAPITANES NUESTROS

EL CHIVO EXPIATORIO DE LAS TRAGEDIAS EN LA MAR

La lectura del excelver carpetaente artículo del compañero Félix Martín de Loeches en el nº8 de SINGLADURA (ver DOCUMENTOS en esta web), bajo el título de “La responsabilidad criminal de los capitanes, ¿una manía persecutoria?” me ha hecho rememorar otros episodios similares a los que se describen en el mismo y que se suceden de forma invariable en muchos siniestros marítimos.

En una de las últimas reuniones de la asamblea general de la CESMA, celebrada en Kotor (Montenegro) en 2018, ya se planteó la grave cuestión de la ligereza con que, tras cualquier incidencia grave de navegación, las autoridades tienden a buscar un chivo expiatorio en la persona del capitán y, también a veces, en otros oficiales como el jefe de máquinas o el piloto de guardia. Aunque a menudo la verdad acaba prevaleciendo tras largas investigaciones, nada compensa a los afectados finalmente exonerados de responsabilidad de los largos meses —o años— de zozobra injustamente sufridos o de sus carreras profesionales truncadas. Por supuesto, esta no es una situación nueva.

Todos recordamos cómo, en época no muy lejana, la administración de nuestro país intentó tapar su incompetente gestión del naufragio del petrolero Prestige encarnizándose en la persona del capitán Mangouras, todo un profesional, competente y honesto. Nuestro también compañero Juan Zamora publicó en su día en NAUCHER GLOBAL diversos artículos en que, fruto de un conocimiento adquirido de primera mano, expuso las vergüenzas de las burdas maniobras de la Administración para trasladar sus propias responsabilidades y errores, y con ello todo el peso de la ley, al capitán del desventurado barco, aprovechándose de la complacencia o del escaso conocimiento que tienen muchos jueces sobre la navegación y los barcos.

El artículo de Martín de Loeches también me ha hecho recordar una buena película de 2007, que recientemente he vuelto a visionar. Se trata de Sinking of the Lusitania, Terror at Sea, un film inquietante por no decir estremecedor. También en aquel caso, ocurrido hace 105 años y durante la Primera Guerra Mundial, se intentó que la víctima propiciatoria fuese William Thomas Turner, el capitán del lujoso trasatlántico de la Cunard Lines.

Como es bien sabido, aquel gran buque efectuaba la travesía Nueva York-Liverpool con 1265 pasajeros a bordo (entre ellos 128 ciudadanos norteamericanos, además de numerosas mujeres y niños) y una tripulación de casi 700 hombres cuando fue torpedeado el 7 de Mayo de 1915 por un submarino alemán a 13 millas de la costa sudoriental de Irlanda. Se hundió en sólo 18 minutos y perecieron 1198 almas. Los 761 supervivientes fueron acogidos en el cercano puerto irlandés de Queenstown (actualmente conocido como Cobh). El magistrado local (coroner) inició inmediatamente una investigación, que fue abortada rápidamente por instrucciones cursadas desde Londres.

En su lugar, se constituyó en la capital del Reino Unido un tribunal de encuesta del Ministerio de Comercio, presidido por el mismo juez que tres años antes había dirigido las investigaciones relativas al naufragio del Titanic, Lord Mersey. A partir de aquel momento, ante la magnitud de la tragedia, todos los esfuerzos de la administración británica, en especial del Almirantazgo, se centraron en tachar al capitán Turner de incompetente, de negligente y de no haber seguido las instrucciones vigentes para eludir el ataque de los U-boote enemigos.

El entonces Primer Lord del Almirantazgo, nada menos que Winston Churchill, escribió en una nota que “Considero que la acusación del Almirantazgo contra Turner debe ser reforzada…Hemos de perseguir al capitán sin la menor tregua”.

Sabiendo de la tenacidad con que actuó Churchill toda su vida, fue una suerte para Turner que poco después, tras el fallido desembarco en los Dardanelos, aquel se viera obligado a dimitir de su puesto al frente de la Royal Navy. También salvó al sufrido capitán del Lusitania la integridad moral del presidente del tribunal, Lord Mersey. Éste, de entrada, recriminó a las autoridades marítimas que sólo se le presentase el testimonio de 36 supervivientes (¡entre 760!) a buen seguro previamente “preparados”. Rechazó la presentación como prueba de un falso radiograma de aviso supuestamente enviado a todos los buques británicos, así como de una instrucción para navegar en zig-zag que, de hecho, sólo se había cursado el 13 de mayo, una semana después del torpedeamiento del trasatlántico.

Al final, su veredicto exoneró —con todos los pronunciamientos favorables— al capitán Turner de toda culpa y éste salvó su carrera (y quizás, según hubiese sido el fallo, también su vida). Consiguió el mando de otro barco, que al año siguiente también se fue al fondo por acción de los submarinos enemigos y su capitán, de nuevo, resultó ileso.

Si Lord Mersey logró evitar la condena de Turner, no pudo soslayar las irresistibles presiones que sobre él se ejercieron para que también el Almirantazgo saliese impoluto de la encuesta. Hubiese sido letal para la moral de guerra —le dijeron— si el prestigio de la Royal Navy quedaba en entredicho. Por lo tanto, cargó la exclusiva responsabilidad del desastre en la Kriegsmarine del Kaiser Guillermo II. Sin embargo, resultaba claro que, detectada la acción de los submarinos alemanes en la zona (en los dos días anteriores, el mismo submarino que hundió al Lusitania había atacado cuatro buques más, hundiendo dos de ellos) una mínima prudencia hubiese aconsejado destacar patrulleros de la Armada a proteger la navegación de un barco tan emblemático y cargado de civiles. ¿Por qué no se tomó medida alguna?

Ahí radica lo inquietante, incluso estremecedor, de la película antes mencionada, donde, ante la extrañeza de sus subordinados, vemos a unos altos estamentos del Almirantazgo inglés asumir sin pestañear el riesgo que corría el Lusitania. Sabían que su torpedeamiento, caso de producirse, provocaría la indignación de los Estados Unidos y, a corto o medio plazo, su entrada en guerra contra Alemania.

Así, años más tarde, el mismo Winston Churchill pudo escribir con toda parsimonia que “Los pobres niños y mujeres que perecieron en el Lusitania hicieron más la causa aliada que 100.000 hombres muertos en el frente”. Nadie les preguntó si su sacrificio fue voluntario…

                                                                                                                                                  JOAN CORTADA