BATALLA DE LEPANTO
450 AÑOS DE LA BATALLA DE LEPANTO
El 7 de Octubre de 1571, hace ahora exactamente 450 años, tuvo lugar la gran batalla naval de Lepanto. En ella se enfrentaron más de doscientas embarcaciones por cada bando, galeras en su inmensa mayoría. Por una parte, la coalición cristiana denominada la Liga Santa, impulsada por la Santa Sede y financiada en buena parte por Felipe II de España, compuesta de barcos venecianos, de los dominios peninsulares e italianos de la Corona Hispánica, de Génova, los Estados Pontificios, Toscana, Saboya y la Orden de Malta. De otra, la gran flota del Imperio Otomano, con efectivos de la actual Turquía, Grecia, Egipto y los diversos emiratos berberiscos del Norte de África.
Estaba en juego la hegemonía en el control del Mediterráneo. Los aspectos militares y geopolíticos de aquel enfrentamiento han sido profusamente tratados en ocasión de la presente efeméride. Baste decir que la batalla constituyó una rotunda victoria cristiana y un baño de sangre con muy pocos precedentes en la historia, con unos diez mil muertos en el bando vencedor y alrededor del triple entre los vencidos.
Pero, por otra parte, Lepanto también significa el fin de un modo determinado de hacer la guerra en el mar y el canto del cisne de la galera como navío militar. Por consiguiente, vamos a centrarnos en los aspectos puramente náuticos del principal tipo de barco que intervino en el evento.
¿Qué era una galera? Las galeras del siglo XVI eran una embarcación típicamente mediterránea y eran el resultado de la evolución, a lo largo de un dilatado espacio de tiempo, de las embarcaciones grecorromanas de propulsión mixta: remos y velas latinas.
En la época de Lepanto, las estilizadas galeras solían mantener una relación de 1 a 8 entre su manga y su eslora, siendo ésta de alrededor de 50 metros. Tenían un escaso franco bordo y también poco calado, lo que les permitía navegar muy cerca de las costas. Las características constructivas citadas tenían, como resultado, que su uso se concentrase principalmente en los períodos del año en que suele reinar un tiempo bonancible, entre primeros de marzo y finales de octubre. Ello no resultaba una peculiaridad respecto a las costumbres bélicas de la época, en que también los ejércitos terrestres, se retiraban a sus “cuarteles de invierno” al llegar las lluvias y temporales otoñales. En el caso de las flotas de galeras españolas, dedicadas a proteger las costas mediterráneas peninsulares y baleares de las incursiones corsarias berberiscas, los puertos de invernaje solían ser los de Málaga, Cartagena y Els Alfacs.
La artillería, desarrollada sobretodo en el siglo anterior, tenía una presencia muy modesta en las flotas de galeras. A lo sumo, media docena de cañones de calibre diverso en la proa. La principal arma ofensiva seguía siendo, como en la antigüedad, el espolón, con el cual tratar de hundir las naves enemigas tras un impreciso y breve intercambio de cañonazos. Si ello no se conseguía, la táctica era abordar al adversario y entablar una lucha cuerpo a cuerpo en las angostas cubiertas y pasarelas. Algo muy similar a una batalla terrestre, pero desarrollado en un escenario ciertamente bastante más inestable y precario.
La dotación de una galera estaba pues compuesta, además de su oficialidad, por remeros y soldados, con la misión respectiva de impulsar la nave y de derrotar al enemigo mediante arcabuces, ballestas y armas blancas.
En una galera como la Real que se exhibe en el Museo Marítimo de Barcelona y que es reproducción de la nave capitana cristiana en Lepanto, 295 remeros bogaban en los 59 remos (30 a estribor y 29 a babor). Ello significa que cada remo, de 130 kilos de peso, debía ser manejado por cinco hombres, uno de los cuales solía ser más veterano y experimentado, recibiendo el curioso nombre de “bogavante”. Además, la galera contaba con dos mástiles con sus respectivas velas latinas de unos 600 m2 de superficie en total. La velocidad de crucero era de sólo tres nudos, pero podía ser aumentada hasta casi el doble en caso de necesidad y durante no más de media hora, mediante el uso eficaz del látigo del cómitre y sus ayudantes sobre las espaldas desnudas de los remeros, la mayoría encadenados a su respectivo banco.
La dotación de soldados era de unos 400 hombres, entre arcabuceros, ballesteros y piqueros. ¿De dónde procedían los sacrificados remeros? En parte, contrariamente a la creencia general, en las flotas cristianas una buena parte de ellos eran asalariados, voluntarios, llamados “buenas bogas”. En Lepanto, casi la totalidad de los remeros de la flota veneciana de galeras, la más numerosa, eran voluntarios. Naturalmente, se trataba de un empleo nada apetecible, al que sólo acudían los más desesperados de la vida. En 1571 resultaba ya una tarea ardua reclutar remeros asalariados, por lo que se recurría a los llamados “galeotes”, prisioneros de guerra o delincuentes comunes a los que se condenaba “a galeras”, pena que subsistió hasta finales del siglo XVIII. Todavía en la actualidad y en lengua italiana, “andare in galera” es un sinónimo coloquial de ser encarcelado o condenado a prisión.
En Lepanto, la gran mayoría de remeros de la flota otomana eran cautivos cristianos, lo cual contribuyó en no poca medida a su derrota. Como es fácil suponer, las condiciones higiénicas de la vida de los hacinados remeros —en general de toda la tripulación de las galeras— eran penosas y las enfermedades, parásitos e infecciones proliferaban a placer. La alimentación era muy básica, basada en la galleta de barco, llamada “bizcocho” porque se cocía dos veces para alargar su conservación. Se complementaba con algún guisote de habas, garbanzos o arroz con trazas de tocino. Cuando se requería un mayor esfuerzo físico de los remeros, denominados genéricamente como “la chusma” se les facilitaba una ración de vino y se aumentaba algo la de tocino.
Tras Lepanto, la galera perdió protagonismo progresivamente. El intento, diecisiete años más tarde, de incorporar apenas media docena de galeras a la expedición de 130 navíos contra Inglaterra —la “Armada Invencible”— fue un fracaso total. Tras el primer temporal que la flota española tuvo que afrontar en el golfo de Vizcaya, aquellas escasas y frágiles naves mediterráneas se tuvieron que refugiar en Burdeos y nunca llegaron a avistar las costas inglesas.Continuó, hasta bien entrado el siglo XVIII, siendo una de las embarcaciones favoritas de los corsarios berberiscos, tanto en su versión de mayor tamaño, que ya hemos descrito, como en la de menor porte: las llamadas “fustas”.
Se impondrían, también en el Mediterráneo, los navíos de propulsión vélica fuertemente artillados, por la ventaja de poderse hacer a la mar durante todo el año, salvo en episodios de temporales severos, y su mayor potencia de fuego.
CAPT. JOAN CORTADA